Una preocupación colectiva: las facturas de la luz

Anadie le causa ya extrañeza que le hablen de alguien al que se lo viera poner cara de espanto al momento de enterarse del monto de su factura de consumo eléctrico. Indudablemente, eso de «luz cara» es algo que llegó para quedarse, y que provoca un «pasmo» más grande al atender al contraste que existe en el costo actual de la energía para un consumidor cualquiera, y el de verdadero ensueño que existía durante el largo reinado del matrimonio santacruceño.

Aunque ni cerca del que habrían sufrido en otras épocas – remarcamos lo de «otras épocas»- la que hubieran puesto los venezolanos, si un día al ir a cargar nafta para el exageradamente grande tanque de su «carro», se hubieran encontrado con la novedad de que debían pagar la cantidad de litros cargados y con los que llenaron ese tanque hasta rebosar, al precio promedio internacional de ese combustible. Aunque repetimos, recalcamos eso de lo que hubiera sucedido en «otra época», porque en los momentos actuales los venezolanos que quedan en su tierra, y no forman parte de la verdadera estampida de ellos que se fugó del país, en su caso, también «votando con los pies» ya están curados de espanto por las tantas tribulaciones a las que los ha sometido el «experimento bolivariano», que no resultó otra cosa que la demostración de cómo se puede lograr la implosión de un país rico en el transcurso de unas pocas décadas.

Mientras tanto, nuestra actual situación además de provocar el espanto al que aludíamos, ha hecho que se hayan comenzado a buscar diversos atajos con el objeto de alivianar la carga de esa feroz «trepada». Prescindimos de hacer realidad la tentación de «colgarse» directamente a la red, puenteando el consabido medidor, siguiendo el ejemplo de lo que sucede en grandes sectores de las mayores ciudades, para cuyos habitantes el del precio de la energía eléctrica nunca ha sido un problema y al hablarles de la «factura de la luz» es lo mismo que se lo hicieran en chino o en japonés.

Aunque existen, como sucede con el caso de algunos habitantes de Concordia -para los cuales un problema de esta naturaleza se soluciona con la apropiación de la parte argentina del complejo de Salto Grande por esa ciudad, aunque entre ellos existen quienes con más generosidad conceden en sumar a los beneficios del despojo, a todos los entrerrianos, más que nada en realidad con el propósito de «sumar masa crítica» de presión al reclamo- algo que permitiría lograr una solución «a la venezolana» del problema, ya que disponer de energía abundante y barata sería algo similar a lo que ocurría y ocurre todavía con los habitantes de aquel país al momento de acercar «el carro» al surtidor.

Indudablemente la forma sensata de encarar la cuestión es la reeducación colectiva enderezada a volver a un consumo de electricidad razonablemente cuidado, y evitando los despilfarros actuales, potencializados como están con el atiborramiento de electrodomésticos de nuestras casas y locales dan cuenta, y de los que hacemos uso y abuso. Se trata en suma de meterse en la cabeza, y luego de eso atender en forma sistemática a la consigna del que «no apaga, paga» que en algún momento en épocas más austeras, inculcaron desde chicos algunos padres a sus hijos.

De cualquier manera, y como medida coadyuvante a alivianar la carga a que nos referimos, deberíamos tratar de lograr reducir la larga lista de «ítems» que en la factura eléctrica aparen incluidos, referidos todos a una larga lista de tributos nacionales, provinciales y municipales, de los que la empresa distribuidora de electricidad es agente indirecto de percepción, de una manera que además de facilitarle a los entes recaudadores estatales el trabajo, cabría suponer que son un esfuerzo vano de disimular la expoliación de un estado hipertrofiado a cuya edificación hemos, al mismo tiempo, contribuidos desgraciadamente entre todos.

Es que en algunas localidades de nuestra provincia se da el caso que el alumbrado público – es decir el precio público de un servicio ajeno al del consumo del titular de cada medidor- está incluido en la factura. No se trata de incurrir en la exageración de afirmar que con la factura de la luz se pagan sobre todo impuestos y gabelas similares, y que en ellas el precio de ese consumo es un accesorio, pero de cualquier manera, mal andan las cosas cuando cualquiera puede advertir que casi el cuarenta por ciento del importe de la factura corresponde a aquellos «impuestos».