El hundimiento del ARA General Belgrano se produjo el domingo 2 de mayo de 1982, durante la Guerra de las Malvinas, como consecuencia del ataque del submarino nuclear británico HMS Conqueror. Un concordiense estuvo allí, se llama Ricardo Rigoni y el relato de su estremecedora experiencia renace cada año.
El testimonio
Ricardo Rigoni finalmente accedió a relatar su historia, que es la de Malvinas, de los que fueron y regresaron, pero también de los que con sus restos ratifican que al sur del océano Atlántico sigue el territorio argentino.
Llegan estas fechas y “se intensifica todo” , subrayando que se vive “una mezcla de dolor y orgullo», fundamentalmente «por recordar a mis compañeros que murieron en el crucero”.
Sobre cómo recaló en la ya mítica embarcación, detalló que “había ido a la Escuela de Suboficiales de Mecánica de la Armada, con 15 años”, y en diciembre de 1980, “voy al Crucero Belgrano como timonel del barco”.
La recuperación de Malvinas lo encuentra «con 18 años cumplidos; o sea estuve un año y medio arriba, hasta el hundimiento, vale decir desde diciembre de 1980 hasta mayo de 1982”, comentó.
En ese marco, recordó que cuando sucede la toma Malvinas el buque no estaba en condiciones, «porque habían desarmado las calderas del crucero, por lo que pensábamos que no íbamos a salir todavía”, pero “zarpamos el 16 de abril porque lo repararon de emergencia, cargamos munición 3 días y nos fuimos a Ushuaia”. En la ciudad más austral del mundo “hacíamos una guardia de guerra, en la Isla de los Estados; con el Piedrabuena y el Bouchard, que eran dos escoltas que teníamos”.
Recordando que a la tripulación se sumaron «muchos voluntarios que querían ir, algo así como 350 personas más, porque todo el mundo quería ir: ninguno quiso recular”.
El durante
Ya en plena contienda, “yo cubría turnos de 8 de la mañana a 12 del mediodía en una torre de combate, y de 20 a 00 hs, en la torre 2”, rememora el ex combatiente. Si sobrevenía un enfrentamiento “en otros horarios, me tocaba ir a la torre 4”.
La noche anterior del hundimiento, “nosotros entramos en la zona de exclusión en la máxima condición de guerra y navegamos toda la noche”, aseveró Rigoni. Agregando que en esa oportunidad, “yo tomé mi guardia a las 20 y la dejé recién al otro día, al mediodía”.
“Toda la noche nos habló el comandante que no había peligro de submarinos, por la baja profundidad, como para dejarnos más tranquilos”, explicó. Sin embargo, el ataque sobrevino y “me encontró en proa, a 10 metros de donde pegó el primer torpedo”. Por eso, “nosotros quedamos entre el fuego, el humo y al agua que entraba”, graficó.
Una vez producido el impacto, el concordiense contó que “quedó todo a oscuras, nadie sabía que pasaba”; luego “logramos salir a cubierta y ahí sí vimos que nos habían torpedeado”.
En esos dramáticos momentos “esperamos la orden de abandonar el barco y cuando empezamos tirar las balsas al agua, muchas se rompían por la misma flor que había dejado la explosión”, enfatizó. Detallando que “tal es así que yo terminé en el agua y me rescató un muchacho de Salta y me puso en otra balsa”.
A esas manos salvadoras “siempre le voy a estar agradecido porque cuando estaba el peligro de que nos “chupe” el barco, me sacó y me dijo “remá, que nos traga”. Gracias a eso, hoy Rigoni puede brindar su testimonio. “Rescatamos 9 del agua y totalizamos 11 en esa balsa”, recordó.
El después
Luego de 47 horas y media, “casi a los dos días”, la pequeña embarcación con su tripulación pudo ser recogida “aproximadamente a 180 kilómetros desde donde se hundió” el crucero.
Ese mar, explicó el ex combatiente, tenía olas de “10 metros de alto, y veníamos con tormenta hacía dos días: lo único que podíamos hacer era rezar”.
Uno de los momentos más fatídicos fue “en la segunda noche que pasamos a bordo de esa balsa, cuando veíamos la lucecita de un barco que se iba: fue desesperante porque por más que gritáramos o hacíamos seña, se fue y se perdió”.
El frío era la otra amenaza, acaso más letal que el mar. “Nos dábamos calor unos con otros, de a dos”, rememoró Rigoni. Agregando que en la embarcación “había uno que venía mal, desmayado de tanto aspirar el humo del torpedo: lo envolvimos con una frazada y sabíamos que estaba vivo porque vomitaba, pero mientras tanto deliberábamos qué hacíamos con el cuerpo si se moría”. Para dimensionar el impacto de las bajas temperaturas, el concordiense detalló que “nos orinábamos las manos”.
Durante ese tiempo, “hacíamos vigilia cada tanto entre todos” y cuando “este muchacho de Salta nos dijo que venía un barco anaranjado y que tenía la cruz roja, no le creíamos”. Los rescatistas tuvieron “que sacarnos de la balsa porque ya nos nos respondían las piernas por el congelamiento mismo”.
Rigoni rememoró que en el barco rescatista, “había un médico que era de acá, de Concordia; y que nos ayudó mucho”. Por medio de él, a los 4 días, “mandaron un radio a la Armada de acá desde ese barco para avisarle a mi padre que yo estaba vivo”, narró. Evidentemente aún emocionado por el recuerdo, reconoció que “cuando volví, fue la primera – y creo que la única – vez que lo ví llorar a mi padre”.
El olvido
Por último, Rigoni evaluó los años posteriores y las distintas fases de la historia argentina que establecieron diferentes valoraciones para los ex combatientes. “Yo creo que volver fue más triste que haber estado en la guerra”, expresó. Subrayando el “olvido, el abandono y la desidia” de la que fueron objeto.
“Muchos se han suicidado por esa falta de atención y volver fue la carga más grande para un veterano”, enfatizó. Sin embargo, actualmente, “es diferente, porque hay más conciencia de lo que pasó”.