A 35 años de la muerte de Alberto Olmedo: el dolor en pleno éxito, las dudas sobre lo que pasó en el balcón y el misterio de la bolsita rosa

El capocómico falleció en la mañana gris de Mar del Plata del 5 de marzo de 1988. Tenía 54 años y cayó desde el piso 11 del edificio Maral 39 frente al mar. El papel de Nancy Herrera y el fantasma de la droga

5 de marzo de 1988. Mar del Plata. Había amanecido hacía un par de horas, faltaba poco para las 8 de la mañana. El cielo seguía cerrado, cargado de nubes que parecían de metal. Una llovizna desdeñosa y el viento frío y habitual frente al mar. Algunos madrugadores corrían mirando el agua, acompasando su respiración con el golpeteo de las olas contra las rocas. A los pocos que pasaban por Varese a esa hora no se les ocurrió mirar hacia arriba, más que para calcular cuando se iba a desatar la tormenta. De haberlo hecho se hubieran encontrado con una imagen espeluznante. Un hombre de mediana edad, en cuero, colgando de uno de los balcones del piso 11 del edificio imponente que enfrentaba al mar, el Maral 39. Intentaba subir una de sus piernas, engancharla en la baranda antes de que sus manos no resistieran más. Una mujer, del lado de adentro del balcón, trataba de ayudarlo, hacía una fuerza inútil por traerlo de vuelta: la física estaba en su contra. La mujer tironeaba y gritaba. Hasta que el hombre no aguantó más y se soltó. Y cayó con los ojos abiertos, fijos en ella, en silencio, sólo las rompiendo y el silbido del cuerpo atravesando el aire, con los brazos abiertos, en cruz.

El verano anterior había sido, para Alberto Olmedo, el de los grandes contrastes. En el teatro, su obra El Negro No Puede batió todo los récords de recaudación en la historia de las temporadas de verano. En menos de tres meses lo vieron 120.000 espectadores. No sólo nunca tuvo localidades vacías sino que en cada función, tuvieron que recurrir a un viejo truco de los productores marplatenses: agregaban sillas en los pasillos y al costado de la sala para que entrara más público. Los sábados había tres funciones. Sus chicas, las actrices y modelos despampanantes que lo acompañaban –sobre las tablas y en la tele-, se habían convertido en las sex symbols indiscutidas del país. Susana RomeroBeatriz Salomón y Silvia Pérez monopolizaban tapas de revistas y los sueños húmedos de gran parte de la población; hasta había salido una edición especial de Playboy, Las Chicas de Olmedo, compilando sus desnudos: la publicación se agotó en horas. A la salida del teatro, los miembros del elenco (en especial Olmedo y las chicas) debían ser custodiados por guardaespaldas para que el cariño (o el fervor o la calentura) del público no los aplastara.

En medio de la temporada, otra mujer de su elenco llegó a las portadas de las revistas semanales. A priori no generaría extrañeza. El boom era tan inmenso, evidente y masivo, que hasta el integrante más opaco de su troupe era muy conocido. Pero esta situación fue muy diferente. La que estaba en las tapas era Nancy Herrera, de 27 años, su pareja desde hacía más de seis. Y no estaba sola. Junto a ella, Cacho Fontana, un mito de la radio y la televisión, uno de los pocos pesos pesados del medio –igual que su esposo- y amigo de Olmedo. ¿Qué pasa entre la mujer de Olmedo y Cacho Fontana? se preguntaba revista Gente e ilustraba con una foto de Nancy y Cacho en el auto importado del locutor, mientras él al volante trataba de escapar marcha atrás. La Semana eligió: “La increíble historia de Cacho Fontana y la mujer de Olmedo”. El escándalo se propagó de manera instantánea. Era natural. Un tsunami mediático. Diarios vespertinos, revistas de actualidad, tabloides sensacionalistas, comentaristas radiales, chimenteros de contratapa y de la televisión. Todos abocados al triángulo amoroso. Olmedo hizo lo de siempre. Esquivó a los periodistas. Y cuando no le quedó más remedio que dar alguna entrevista, eligió la discreción. Fontana brindó declaraciones inverosímiles, lanzó acusaciones, quiso contraatacar a cada periodista que enfrentó, pero quedó expuesto y vulnerable.

Sobre Nancy recayeron las sospechas de haber tendido una emboscada a las dos estrellas. Son muchos los que están convencidos de que fue ella la que alertó al fotógrafo dónde y con quien iba a estar esa noche. Sabía que en unos pocos días estaría en todos los kioscos del país.

Cacho Fontana llegó a la misma conclusión y declaró: “La Mujer de Olmedo me usó”.

Cuando faltaba poco para terminar esa temporada ‘87, Olmedo, otra vez en la tapa de Gente, decía: “Esto no es vida”. Nunca había sido demasiado expansivo fuera de la pantalla. Casi el arquetipo (o el cliché) del cómico: taciturno, conflictuado, hasta algo solemne para enfrentar a la prensa, con una tristeza subterránea, casi congénita que lo atravesaba. La historia de Garrick. Con su círculo íntimo era parecido. Su ideal de la amistad, uno de los valores que más apreciaba, era acompañar al otro, sin preguntar sobre lo que no quería contar y escuchar cuando estaba dispuesto a hablar. Las preguntas para él eran una impertinencia, una intrusión que los amigos no practicaban. De esa manera eran pocos los que sabían realmente qué le pasaba de verdad con el tema del engaño y de la ruptura.

Nancy dejó la compañía cuando el espectáculo pasó a Buenos Aires y Olmedo dejó el dúplex que la pareja compartía sobre Avenida San Juan.

Ella durante ese 1987 dio muchas entrevistas y apareció en las revistas abrazada a múltiples amigos, pretendientes y novios. También declaraba su amor a Olmedo. Según el momento.